Desde hace años, la OIT, a través de su programa SOLVE (pdf), en el que postula un sistema de gestión de riesgos en los entornos de trabajo integral, conjugando las políticas de seguridad y salud en el trabajo (en nuestro caso los riesgos psicosociales) con aquellas de promoción de la salud en el trabajo (aquí mental), incluye dentro de los riesgos de tipo psicosocial el estrés económico. Conforme a los estudios e informes de la OIT sobre la seguridad económica, el estrés económico se refiere específicamente “al estrés asociado con el riesgo o incertidumbre respecto a la situación financiera propia”. Por lo tanto, los desequilibrios o desajustes financieros pueden incidir gravemente en la salud psíquica y física de las personas y si bien es cierto que suele tener múltiples causas (resultado de un grave desequilibrio entre los ingresos -que se reducen- y los gastos -que se incrementan notablemente-), una fuente o agente importante para este tipo de estrés se vincula bien al trabajo (trabajos con inseguridad económica) bien a las pensiones (pensiones bajas).
La OIT pone el acento en dos factores principales de estrés económico-financiero: el desempleo y la inseguridad laboral. Precisamente, la inseguridad laboral incidiría en el estrés económicos desde dos factores, la inseguridad económica debida a bajos salarios, incapaces de dar satisfacción a las necesidades financieras (gastos personales y familiares -el poder pagar las facturas-), y la inseguridad en el empleo, resultado de la intranquilidad y ansiedad que genera el riesgo de pérdida de empleo por sus circunstancias de mayor vulnerabilidad (ej. temporalidad, trabajo poco cualificado, etc.). Según la OIT, Guía del formador. SOLVE: Integrando la promoción de la salud a las políticas de SST en el lugar de trabajo, p. 303 (pdf), el factor de mayor prevalencia en el estrés económico es la inseguridad laboral.
Más recientemente, ha adquirido nueva notoriedad esta intensa interacción entre la llamada (falta de) “salud financiera” y el “estrés psicosocial” de las personas, pero lo ha hecho en un contexto y un objetivo bien diferente: las políticas de entidades financieras destinadas a concienciar de las bondades de la “educación financiera” de las personas como hábito de vida saludable, no solo racional. Ofrecen estudios que medirían el impacto de la educación financiera como factor de protección frente al estrés económico-financiero, lo contrario sería un factor de riesgo (segundo factor de prevalencia en el malestar personal).
Se insiste, así, en que la gestión del estrés económico-financiero pasaría por tener y mantener un adecuado control de la deuda, si bien se pone el acento desde este enfoque (marketing financiero envuelto en enfoques de promoción de los estilos de vida saludable -políticas de promoción de la salud integral-) en “una buena gestión de los gastos” y en la “promoción de buenos hábitos de ahorro”, según las posibilidades de cada persona y su familia, especialmente en tiempos de incertidumbre y cambios constantes. Desde esta psicología aplicada a la educación financiera se recuerda que el cuidado tanto de la salud financiera como la salud emocional cuando se inician nuevas etapas, pues la incerteza de aquéllas alimenta la ansiedad derivada del miedo a los riesgos por los cambios.
Por supuesto, sin infravalorar esta perspectiva de gestión del estrés económico que se basa en la capacitación para el manejo del ahorro y las deudas de la población, de toda en general, y activa en particular, parece claro que, al menos en el plano laboral, la clave de la gestión del estrés económico-financiero, conforme a la OIT, ha de ponerse sin duda del lado de la gestión de la seguridad económica que proporciona un trabajo decente, así como, en su caso, una pensión suficiente. En todo caso, bienvenidas sean tales iniciativas si se llama la atención sobre la gran relevancia del estrés económico en la salud psíquica de las personas en general, y trabajadoras en particular.
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