[LARPSICO] El final de verano y retorno vacacional: cómo afrontarlo sin sentir el (¿inexistente?) “síndrome de estrés postvacacional”

Prácticamente una de cada 2 personas trabajadoras padecería anualmente el llamado síndrome postvacacional, según la SEAS
Andalucía, 12/09/2022
sindrome postvacacional

Como en la célebre canción del Dúo Dinámico, el final del verano ha llegado y es tiempo de retomar las rutinas, también en el ámbito laboral. Con ocasión de estas fechas, es frecuente leer y/o escuchar en los medios de comunicación que tal retorno puede constituir una fuente de ansiedad e, incluso, de estrés si no se gestiona adecuadamente y la persona se deja llevar por cierto estados emocionales negativos (desánimo o desgana, la nostalgia, melancolía, etc.) en vez de afrontarlo de forma positiva (“inteligencia emocional”). Incluso tiene ya un nombre asignado como si de un riesgo psicosocial se tratara, a poder afectar negativamente a la salud emocional de las personas trabajadoras: El “síndrome de estrés postvacacional” (SEPV).

¿Qué es realmente es el SEPV?

Tenido como un tipo singular de reacción de nuestro sistema nervioso típica de estrés en virtud de un cambio radical, brusco o súbito de hábitos que se han mantenido durante un tiempo relativamente prolongado, sus síntomas más extendidos serían los de sensación de desgana, desmotivación, falta de concentración o apatía, así como estados de somnolencia, provocando una idea de cansancio continuado. En suma, como toda reacción de estrés laboral, implica un conflicto de desadaptación o desequilibrio entre el periodo vacacional y el retorno al trabajo, por alteración de los biorritmos (“reloj biológico”), generando malestar psicosocial.
Los factores que más inciden en su eventual aparición serían:

  • Duración del periodo vacacional. De ahí que sea prevalente en quienes han disfrutado de un periodo más prolongado vacacional.
  • Entorno laboral. Naturalmente, interviene en la incidencia el entorno laboral que se tenga al regreso y la preparación realizada del retorno antes de iniciar las vacaciones
  • Factores de personalidad. Por supuesto, el número de síntomas y su intensidad variarían de una persona trabajadora a otra.

¿Hay estimaciones de su magnitud o incidencia real en la población trabajadora del SEPV? Sí. Algunas sociedades científicas incluso le ponen cifras. Por ejemplo, la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS) estima que podría afectar al menos a un 60% de la sociedad española trabajadora, que al menos lo habrían sufrido alguna vez, frente a un 45% que aseguraría padecerlo cada año. En todo caso, hay que advertir que el SEPV tiene una fuerte componente psicosocial, pues depende en gran medida, según el consenso de evidencia científica, en las percepciones que cada persona trabajadora tenga de la reincorporación al trabajo: a más negativa sea más probabilidad de experimentar el SEPV. En consecuencia, esta sensación de ansiedad y agobio estará muy en consonancia del nivel de satisfacción-descontento de cada una de las personas trabajadoras con su trabajo, el grado de tensión o incertidumbre que se tenga en el entorno de trabajo, así como, por supuesto, el nivel de responsabilidades (en especial familiares) fuera del ámbito laboral.

¿Es un problema clínico grave? No, al menos con carácter general. Que se ponga un nombre clínico a algo que genera malestar psicofísico personal no significa que sea un trastorno patológico, ni temporal ni mucho menos grave. De sintomatología parecida a situaciones como el “trastorno jet lag” (descompensación por diferencias horarias entre países al viajar de uno a otro) o “astenias otoñales” (inadaptaciones a los cambios de estaciones que generan estados de cansancio, apatía y melancolía), no deberían ser confundidas con ellos y, en cualquier caso, su duración es muy breve, apenas 2 o 3 días. Solo si persistiese el malestar psicofísico más de 10 días, o alguno de sus síntomas fuesen de gran intensidad o severidad, sí se debería realizar un diagnóstico médico-clínico, pues podría estar ocultando auténticas patologías (estado de estrés agudo, incluso crónico, depresión, etc.) y requerir tratamiento clínico (psicológico, farmacológico, etc.). En estos casos podría ser un indicador de entornos hostiles o constitutivos de acos laboral.

¿Pero existe realmente el síndrome de estrés posvacacional (SEPV)? Entonces, si fuera de estos casos específicos no es un trastorno patológico propiamente ni suele ser duradero ¿puede considerarse científicamente un síndrome de estrés propiamente?

Científicamente la identificación del SIPV genera una gran discusión, con unas posiciones muy encontradas en la comunidad científica. Desde quienes valoran que se trata de un síndrome que afecta negativamente al estado de la salud de las personas trabajadoras si se identifica con bienestar integral o calidad de vida, según la OMS, aunque no constituya patología o trastorno médico en sentido estricto, hasta quienes caricaturizan el problema, así como las recomendaciones de las personas expertas en estas cuestiones (psicología, coach, etc). Al respecto, conviene aclarar que, en rigor, los conceptos clínicos de “síndrome” y “enfermedad” son diferentes, el primero atiende a un cuadro de síntomas que revelan un estado singular y con identidad propia relativo al equilibrio psicofísico y social de una persona, sin que constituya una patología en un estricto sentido médico.

En consecuencia, atendiendo a la diferencia entre la gestión de riesgos laborales para evitar patologías y la promoción de la salud laboral, integrando ambas la vigilancia de la salud en sentido integral (art. 22 LPRL), parece claro que en este caso estaríamos ante la promoción de estilos de vida saludable. La prevención de estos síndromes, pasajeros y, a priori, de una escasa entidad, contribuye al bienestar y a la calidad de vida de las personas trabajadoras, por tanto, también de las organizaciones.

¿Cuál es la mejor respuesta, en todo caso, a su posible aparición?
En todo caso, como siempre, la mejor respuesta, la prevención del riesgo del eventual riesgo de aparición, tanto antes de iniciar las vacaciones (planificar el regreso) como al finalizarlas (no apurar hasta el último día vacacional para preparar el retorno a las rutinas de trabajo -en inglés se llama “softlanding”). Para la prevención:

  1. Procúrese que la vuelta a la rutina laboral sea gradual o progresiva, con un orden de prioridades.
  2. Conviene no exigirse demasiado de inicio, tolerando las dificultades pequeñas de adaptación hasta alcanzar el máximo rendimiento
  3. Hay que mantener una regulación horaria y de ritmos de sueños.
  4. Realización de hábitos saludables y mantener algunas de las aficiones iniciadas en verano (ejercicio físico, alimentación adecuada, uso entretenido del tiempo libre, para mantener una cierta idea de periódicas “minivacaciones”)
  5. Escuchar al cuerpo y aceptar nuestras emocione a fin de gestionarlas de modo positivo (inteligencia emocional): la melancolía por las vacaciones terminadas (que no tiempo perdido) es una reacción biológica normal, que solo requiere de un plan y actitud adecuados de readaptación gradual.
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